Estoy en un avión dirección Chicago. Una pareja con un bebé me ha preguntado si podía cambiarles mi asiento en el
avión para estar juntos y así turnarse el bebé que iba en las rodillas de
ella en ese momento. Aunque la fila a la que me estaban destinando era mucho
peor porque estaba al final y donde todo el mundo hace cola para ir al baño, he accedido, lo único que pedía es que el asiento fuera de los de pasillo. Cuando he
llegado al asiento era uno de esos en que estás en medio. Tiene que haber
otras opciones -he pensado- porque no puedo estar nueve horas ahí. Hay dos motivos por los que los viajes largos en avión los tengo que hacer en pasillo, uno es tendinitis en
ambas rodillas y la necesidad de irlas estirando porque me duelen, el segundo
es que para mantener mis constantes vitales y vencer el jet lag me paso el
viaje bebiendo agua y agua y agua..., cantidad proporcional a las veces que me
tengo que levantar para ir al baño. Por estos motivos he pedido al sobrecargo que
me ayudara.
He recorrido al avión varias veces, me han
colocado en un sito que han descubierto que estaba ocupado después de haber trasladado todo, me han intentado recolocar de
nuevo en mi asiento original pero la escena del bebé con sus dos progenitores y la idea de dejar a uno solo con
él les ha tocado el corazoncito a los sobrecargos y han
decidido seguir buscándome opciones a pesar de que
el capitán ha dicho “tripulación armamos rampas y crochet (¿cómo se escribirá crochet?)”. He vuelto atrás del todo esperando que encontraran una solución, me han vuelto a recolocar en otro asiento ocupado, he
vuelto a bajar mi maleta de mano, coger el libro, el iPad y mis botellas de
agua y allí estaba yo de pie y todos
estaban ya sentados....en ese momento se ha levantado un chico de unos 30 y
pico años con el pelo largo, rizado,
rubio, muy guapo, una sonrisa preciosa y me ha dicho que me podía sentar donde estaba él, que era un pasillo y que a él no le importaba irse a cualquier otro sitio.
Dos cosas han pasado por mi mente en ese momento. La
primera: ¿de dónde has salido?¿es un ángel? ¿cómo puede ser que no le haya visto al haber recorrido el avión diversas
veces?...porque seamos sinceros, la belleza no nos pasa desapercibida a nadie.
La segunda pregunta: ¿cómo sabes que están buscando un pasillo donde
colocarme si he estado hablando con los sobrecargos al final del avión y mi sito original estaba en otra zona totalmente alejada
de ti? Mientras escribo esto, no sé todavía la respuesta a las
preguntas pero no puedo evitar pensar cómo cada uno de nuestros
gestos, nuestras acciones, influye en los demás, en el sistema...en algo
incluso más grande que nosotros mismos.
Aunque yo no sé jugar al golf dicen que la
diferencia en la trayectoria de la bola la marca un milímetro más o menos al golpearla. ¿Cómo puede un milímetro hacer que la bola se vaya al agua o que entre en el
agujero? ¿Cómo puede un milímetro cambiar el resultado? El
otro día lo explicaba en un curso de
crecimiento personal para jóvenes que están definiendo su futuro... un milímetro...una acción de las que realizas hoy por
pequeñas que sean y la diferencia en
la trayectoria del futuro puede variar en kilómetros....¡me fascina!
Una acción mínima hoy, que puede ser dejar el sitio a una familia que
viaja con su bebé, que puede ser dejar el sitio
del pasillo a alguien desesperado por encontrar un solución, ...y quizá hayas contribuido a la
felicidad de alguien. Yo como romántica incurable quiero pensar
que con las dificultades que se pasan cuando tienes un bebé quizá hacer el viaje juntos
contribuya a que esa pareja se vuelvan a enamorar un poquito.
Un milímetro…-quizá haya pensado el chico rubio-
y ese es el motivo por el que estoy escribiendo sobre él en mi nuevo artículo del blog que quizá influya en personas para que se empiecen a preguntar:
¿Cuál es el milímetro, qué puedo hacer yo hoy por otra persona que quizá tenga un impacto en su trayectoria hacia la felicidad?
¿Qué es eso que a mi me cuesta poco (y no hablo de dinero) y
para otra persona va a significar mucho?
Haz una lista de las personas y de la acción que puedes realzar. Ahora decide hoy cuál vas a llevar a cabo. Vamos, ¿a qué esperas? Haz feliz a alguien .
Hoy.
¿Y sabes lo más sorprendente? Cuando
empieces a ponerlo en práctica a diario te vas a dar
cuenta de que cada uno de estos milímetros van a marcar la
diferencia también en tu propia trayectoria
hacia la felicidad.
Estás sólo a un milímetro de alcanzarla.
¡Qué pases una feliz semana!